miércoles, 13 de junio de 2012

Dile que Alfonsina no vuelve


El estira y afloje había rendido sus frutos: esta vez habías prometido venir a verme. Y luego sucedió que moví cielo, mar y tierra para ir yo hasta donde estabas. 

   Hace un año ya habíamos terminado. Aquella vez llegaste a buscarme a un bar en donde me había reunido con mis amigos para despedirme de ellos, pues me cambiaría de ciudad. No me encontraste y corriste a mi casa. Habían pasado once minutos desde que Rodrigo me dijera adiós, sin querer besarme, cuando apareciste en la puerta de mi departamento. Nos dimos el beso más largo. Luego te quedaste dormido. "Hoy no sirvo como amante, si supieras cuantas horas viajé para verte...". Cuando desperté ya te habías ido. Encontré al pie de mi cama una pulsera que decía tu nombre, pero dijiste que no la habías dejado ahí a propósito. Dos semanas después, desde otra ciudad, te escribí para decirte que había arreglado las cosas con Rodrigo y que ya no quería verte nunca más. No respondiste.


   Pasaron meses antes de que me decidiera a llamarte de nuevo. Había despertado en la cama de Pepe. Me vestí  casi a escondidas y bajé las escaleras. "¿Ya te vas con él? Espérame, te acompaño al camión, sirve que saco al perro". Aparecí en la puerta de tu departamento. No hiciste ninguna pregunta. Nos dimos el beso más largo. Esa noche sí servías como amante. Antes de irte al barco me dijiste que me querías. 

   "¿Me quieres?" le pregunté a Rodrigo cuando me aparecí en su trabajo. Había intentado la misma pregunta con Pepe, sin obtener respuesta. Aquella noche tomó tanto que se puso violento. La gota que derramó el vaso fue cuando lo llamé por tu nombre. Después forzó mis besos. Desesperada por salir del hotel, le dije que quería desayunar en su restaurante favorito. "No quiero desayunar contigo - me dijo ya en el coche- si te bajas, será la última vez que me veas". Por eso me bajé del auto en movimiento en medio de una avenida grande. Cuando llegué al baño de aquel café pude distinguir claramente entre las heridas que me había provocado la huida y aquellas que él me había inflingido horas antes. Tú estabas en el mar, fue lo único que logré pensar cuando, sorprendida, descubrí en mi bolso su teléfono.

   Volviste comprometido con otra y no te dije nada, simplemente salí de tu vida. Por eso esta vez, cuando empezaste a buscarme de nuevo, tuve mucho cuidado de no correr a tus brazos. De ahí el estira y afloje. Pero me decidí a ir a buscarte. Ironía de la vida, mientras te llamaba desde el teléfono de Rodrigo para avisarte que iba en camino lo vi sentado enfrente de mí platicando con una mujer. Tardó unos segundos en reconocerme. Lo saludé, pero la conversación se interrumpió cuando escuché tu voz al otro lado de la línea. 

   Me recibiste en la central de autobuses con un beso en la mejilla. No fue sino hasta que llegamos al hotel que acariciaste mi rostro. Me advertiste que me harías sobrepasar mis límites, y yo pensé que te referías a que esa noche serías el mejor de los amantes. Así fue. En ese momento no entendía que los sobrepasaría al descubrir, de pronto, que ya no te quería. De rabia le solté un golpe a la puerta. De rabia la empujaste. De rabia te abandoné en ese hotel en medio de la madrugada. En la mañana saliste cargando todas tus cosas y te detuviste unos minutos exactamente bajo la ventana del cuarto de posada al que había llegado con los ojos secos unas horas antes. Te vi con el teléfono en mano y esperé, aguantando la respiración, a que sonara el mío. No lo hizo. 

   No habían pasado veinticuatro horas cuando me senté en un bar con Miguel, decidida a enamorarme de él si se dejaba. Amargo era el sabor de la venganza. ¿O era la cerveza? Le mostré mi mano hinchada de haber golpeado la puerta con rabia. Sin rabia le conté nuestra historia. Dos días después lo vi de nuevo. Mientras lo esperaba me mandaste un mensaje. Lloré, sin contestarte. Tampoco dejé que lo notara. De todo esto tiene tres semanas y yo no aguanto el dolor en la mano. Creo que está rota, cada día puedo moverla menos. Hoy lloré también por haberla apoyado sin querer al tomar el metro. No te has ido de mi mano, no te has ido. Por eso tomo el teléfono con la izquierda. Aguanto la respiración y espero. No voy a llamarte. Te dirán que no estoy, que, esta vez yo me he ido.



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